LA BENDICIÓN DEL PERDÓN
- John MacArthur
- 14 sept 2018
- 6 Min. de lectura
El perdón es el cristianismo en su más alto nivel. Este refleja el inmenso perdón de Dios por medio de Cristo, y ninguna expresión humana de perdón jamás podría superar lo que Cristo ha hecho por nosotros.
Pero extender el perdón a los demás también trae consigo grandes bendiciones sobre la vida cristiana. Vamos a concluir esta serie considerando algunas de estas tremendas bendiciones.

El perdón cambia el orgullo
“Estoy convencido de que el orgullo es la razón principal por la que la mayoría de la gente se niega a perdonar".
Ellos alimentan su autocompasión (que no es sino una forma de orgullo). Su ego está herido, y no permitirán que lo esté. Las reacciones orgullosas hacia una ofensa pueden oscilar entre aquellas que simplemente se revuelcan en la autocompasión hasta aquellas que se vengan con una ofensa aún mucho peor. Todas estas respuestas son malas porque son motivadas por el orgullo.
La auto-gloria, la autoprotección, el ego, el orgullo, la venganza, y el tomar represalias no tienen lugar en el corazón del perdón verdadero. Este no se revuelca en la lástima ni se junta con cómplices en la búsqueda de venganza. No disfruta de esa simpatía que es ofrecida por sus cómplices.
El perdón verdadero pone a un lado el ego herido. Una de las más hermosas ilustraciones bíblicas de esto es José, a quienes sus propios hermanos lo vendieron como esclavo egipcio. En Egipto José fue acusado falsamente por la esposa de Potifar y luego encarcelado por varios años. Para muchas personas aquellos habrían sido años de amargo resentimiento y tiempo dedicado a trazar la venganza. No para José. Cuando finalmente encontró a sus hermanos de nuevo, él estaba en condiciones de salvarlos del hambre. Les dijo a sus hermanos: “Ahora pues, no se entristezcan ni les pese el haberme vendido aquí. Pues para preservar vidas me envió Dios delante de ustedes” (Génesis 45:5).
Todo lo que José vio fue la providencia divina:
Porque en estos dos años ha habido hambre en la tierra y todavía quedan otros cinco años en los cuales no habrá ni siembra ni siega. Dios me envió delante de ustedes para preservarles un remanente en la tierra, y para guardarlos con vida mediante una gran liberación.
¿Dónde está el ego en eso? ¿Dónde está el “pobre de mí”? ¿Dónde está la miseria consentida? ¿Dónde está la autocompasión? ¿Dónde está el deseo de venganza? No hay ninguna. El perdón borra todas esas malas influencias. El perdón nos libera de las cadenas amargas del orgullo y la autocompasión.
El perdón muestra misericordia
Pablo amonestó a los Corintios a mostrar misericordia a un ofensor arrepentido que habían disciplinado: “Es suficiente para tal persona este castigo que le fue impuesto por la mayoría” (2 Corintios 2:6). La disciplina que el hombre había ya sufrido era suficiente. Él había confesado sus pecados y se había arrepentido. Pablo quería que los Corintios levanten la disciplina. Ahora era tiempo de mostrar misericordia.
Los cristianos deben estar más dispuestos a perdonar que a condenar, porque el perdón, y no la condenación, personifica el corazón de nuestro Señor (Lucas 9:5; Juan 3:17). Además, nosotros que vivimos sólo por la misericordia de Dios debemos estar dispuestos a mostrar misericordia a los demás. Cuando un ofensor se arrepiente, debemos restaurarle con espíritu de mansedumbre, teniendo en cuenta que también podríamos estar en la misma situación (Gálatas 6:1). Aceptamos su arrepentimiento. Y eso debería ser el fin del asunto. Esa es la esencia entera de Efesios 4:32 y Colosenses 3:13, que nos dice que debemos perdonar de la misma manera que Cristo nos perdonó – generosamente, con disposición, con magnanimidad, y en abundancia.
El perdón restaura el gozo
Pablo, modelando el perdón quería que los Corintios mostraran al ofensor, que estaban dispuestos a restaurar el gozo del hombre: “ustedes más bien debieran perdonarlo y consolarlo, no sea que en alguna manera éste sea abrumado por tanta tristeza” (2 Corintios 2:7).
El pecado destruye el gozo. David lo señaló en su gran confesión de pecado: “Restitúyeme el gozo de Tu salvación” (Salmos 51:12). El pecado siempre destruye el gozo del pecador. Pero el perdón restaura el gozo. Dos versículos después David escribe: “Líbrame de delitos de sangre, oh Dios, Dios de mi salvación, entonces mi lengua cantará con gozo Tu justicia” (Salmos 51:14).
Así que Pablo instruye a los Corintios a perdonar a su hermano y poner fin a su tristeza. La tristeza de la disciplina lo había llevado al arrepentimiento; ahora era el momento para el gozo. Los creyentes en la comunidad de Corinto necesitaban estar más dispuestos a llevar el gozo al hombre de lo que estaban para causarle tristeza.
Ese es el corazón de Dios. Él siempre es compasivo hacia los pecadores arrepentidos. Él no se complace en el castigo del malvado sino se deleita cuando el malvado se arrepiente (Ezequiel 18:23, 32; 33:11). “Porque Él no castiga por gusto ni aflige a los hijos de los hombres” (Lamentaciones 3:33). Dios es como el padre del hijo pródigo, que corrió a recibir a su hijo y lo abrazó y recibió “cuando todavía estaba lejos” (Lucas 15:20).
El perdón afirma el amor
“En esto conocerán todos que son Mis discípulos, si se tienen amor los unos a los otros” (Juan 13:35). ¿Cómo conocerá el mundo que los cristianos se aman el uno al otro? ¿Qué pasa si nuestro amor por los demás es notable, y visible, a un mundo que observa? ¿Se debe a que socializamos? No. Los no-cristianos también socializan. No son nuestras comidas o actividades grupales que muestran mejor nuestro amor hacia los demás, sino nuestro perdón. El amor se manifiesta mejor en el perdón. Y la verdadera prueba de amor es cuán dispuestos estamos para perdonar cuando somos ofendidos.
Casi nada puede dividir una iglesia donde se practica perdón, porque los problemas no resueltos nunca se dejan pasar hasta la amargura. Las ofensas son tratadas. Ellas son perdonadas. Las transgresiones son cubiertas.
El perdón prueba la obediencia
Hemos visto hasta aquí que el perdón está íntimamente ligado a la humildad, la misericordia, el gozo y el amor. Todas estas son nobles virtudes – fruto del Espíritu (cf. Gálatas 5:22-23). El perdón impulsa y nutre todas estas virtudes. Pero si el perdón fuera ajeno totalmente a estas cruciales cualidades del carácter cristiano, si el perdón no hiciera nada para cultivar el fruto del Espíritu, aún sería correcto perdonar.
¿Por qué? Porque, como hemos visto en estas series, Dios ha mandado que perdonemos.
El perdón frustra a Satanás
Pablo instó a los Corintios a perdonar, “para que Satanás no tome ventaja sobre nosotros, pues no ignoramos sus planes” (2 Corintios 2:11). Toda la agenda de Satanás es frustrada por el perdón. Si el perdón cambia el orgullo, restaura el gozo, afirma la misericordia, y prueba la obediencia, imagina ¡cómo Satanás debe odiarlo! Por lo tanto, el perdón es una parte esencial para deshacer los proyectos de Satanás.
Rechazar el perdón es caer en la trampa de Satanás. No perdonar tiene todos los efectos opuestos del perdón: Impide la humildad, la misericordia, el gozo, y la comunión – y por lo tanto es tan destructivo del carácter individual como lo es de la armonía de la iglesia.
Conclusión
El perdón, entonces, es el suelo en el que se cultivan numerosos frutos espirituales y bendiciones divinas. Cuidar y nutrir el suelo del perdón es una de las maneras más seguras de desarrollar salud y madurez espiritual.
¿Por qué, entonces, un cristiano alguna vez deliberadamente retiene el perdón? Nosotros cuya existencia misma depende de la inestimable misericordia mostrada a nosotros en Cristo debemos fomentar una misericordia similar en nuestras relaciones con los demás, y debemos modelar el perdón ante un mundo que observa cuya necesidad más grande es el perdón de Dios.
Piense en ello como esto: El perdón es una bendición y un medio para promover bendiciones. Aquellos que se niegan a perdonar pierden las múltiples bendiciones del perdón. Pero aquellos que perdonan dan rienda suelta a múltiples bendiciones divinas, no sólo en aquellos que perdonan, sino también en ellos mismos. Esto es precisamente a lo que estamos llamados.
Por: John MacArthur. © Grace to You.
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